Cuando llega un bebé a la familia, siempre es un motivo de alegría. El hogar se llena de ilusión y la familia entera se despliega. Y aunque puede darse el caso de que el nacimiento sea no deseado, y los motivos de su llegada sean de entrada, adversos o infaustos, con el tiempo, tener un niño o niña en casa se convierte en una bendición.
Y con la bendición de la llegada de un ser nuevo a nuestro hogar, llega también un tiempo de aprendizaje que involucra a cada uno de los integrantes del seno familiar. Pero sobre todo a los padres, madres, abuelos, tutores y todos aquellos que estén en contacto directo con el niño en toda su etapa de crecimiento.
Esta relación, con el tiempo y sobre todo cuando llega la adolescencia, puede volverse tortuosa y complicada… Como lo dice el refrán popular… “Hijos pequeños, problemas pequeños. Hijos grandes, problemas grandes”.
Entonces, quizás se han preguntado… ¿Cuál es la verdadera razón por la que por han tenido que atravesar por esa situación tan negativa, o tan positiva, relacionada con vuestros hijos? Quisiera hoy, por ende, invitarlos a hacer una reflexión en cuanto a la naturaleza de estas adversidades o bendiciones, y el verdadero motivo de por qué están en nuestras vidas.
Recuerda que todos los jueves en el programa Espacio Abierto de Marcelino Hernández, en Xanadú Radio Tenerife, dedico un espacio para darte herramientas de crecimiento personal para niños y jóvenes. Aquí podrás leer el episodio transmitido durante el programa.
Pero si prefieres escucharlo, lo tienes en mi canal de Youtube:
Como seres humanos, es natural que, de vez en cuando, reflexionemos acerca de la naturaleza de las cosas que vivimos, de las adversidades a las que nos enfrentamos… Pues somos seres en constante evolución. Detenernos a pensar, sobre todo cuando nos ocurre algo negativo, o estamos atravesando algún contratiempo, sobre el motivo de por qué está pasando, no solo es recomendable. Yo lo sugeriría como una práctica indispensable, para establecer en nuestras vidas, el hábito de la mejora constante que nos lleve a experimentar una vida llena de logros, plenitud y felicidad.
Yo creo que la mayoría de ustedes, si tienen hijos, pensarán igual que yo. Que independientemente de si están experimentando situaciones poco armoniosas o desafiantes con sus hijos, siguen siendo una bendición.
Sin embargo, en algún momento de vuestras vidas, han sentido temor y han saboreado el miedo fracasar como padres. Seguramente, se han preguntado a diario, desde que ese pequeño ser llegó a sus vidas, si podrán enseñarle todo lo que necesita para ser feliz y si serán buenos maestros. Incluso, puede que se lo hayan cuestionado antes de su llegada… muchas veces.
Desde entonces, se han cargado inevitablemente con el peso de una responsabilidad adquirida, en muchos casos por deseo propio, o en otros, por obligación. De cualquier manera, deberán saber que la relación entre padres e hijos es bidireccional; ellos han llegado a vuestras vidas no solo para llenarles de felicidad y desafíos, están aquí para dejarle innumerables lecciones, pues en realidad, son ellos los maestros.
Y para que comprendan mejor esta idea, quisiera leerles un relato breve, pero muy hermoso, de Thích Nhất Hạnh.
Thích Nhất Hạnh fue un monje budista zen, escritor, poeta y activista por la paz vietnamita. En 1967 fue nominado por Martin Luther King para el Premio Nobel de la Paz. En 1972 se convirtió en refugiado político en Francia por su oposición a la guerra de Vietnam que lo llevó a vivir exiliado por un período de casi 40 años. Murió en enero del 2022. Sin embargo, dejó un gran legado al vivir entregado a la tarea de la transformación personal en beneficio del ser humano y de la sociedad.
El relato breve que voy a leerles se titula: De hojas y tallos. Y dice así:
Un día de otoño estaba en el parque contemplando una hojita
bellísima, cuya forma reproducía un corazón. Su color era rojizo y se
sujetaba apenas a la rama, a punto de caerse. Estuve mucho rato con
ella y le pregunté un montón de cosas. Comprendí que la hoja había
sido una de las madres del árbol. Solemos pensar que el árbol es la
madre y que las hojas solo son hijas, pero mirando la hoja advertí que
ella también era madre del árbol. La savia de la que se nutren las
raíces del árbol no solo está compuesta de agua y minerales, no
bastaría para alimentar a un árbol. El árbol distribuye la savia entre
las hojas y éstas convierten la savia bruta en savia elaborada y, con
la ayuda del gas y del sol se la devuelven al árbol para que se
alimente. A su vez las hojas también son madres del árbol. Mientras
las hojas permanecen unidas al árbol por el tallo es fácil ver la
comunicación entre ellos.
Nosotros no permanecemos unidos a nuestras madres a través de un
tallo, pese a que cuando estábamos en su útero nos unía un largo
tallo, el cordón umbilical. El oxígeno y el alimento que necesitábamos
nos llegaba a través de ese tallo. Un buen día nacemos, el tallo se
corta y creemos ingenuamente que ya somos independientes. Pero
no es cierto. Seguimos atados a nuestras madres durante mucho
tiempo y tenemos también otras madres. La Tierra es nuestra madre.
Y existen muchos tallos que nos unen a la Madre Tierra. Hay tallos
que nos unen a las nubes. Si no hubiera nubes no tendríamos agua
para beber. Estamos constituidos por un setenta por ciento de agua
y de ello podemos colegir cuál es el tallo que nos une con las nubes.
Ocurre lo mismo con el río, el bosque, el leñador y el granjero. Hay
cientos de miles de tallos que nos unen a todas las cosas del cosmos
que nos apoyan y que posibilitan nuestra existencia. ¿Puedes ver el
vínculo que nos une a ti y a mí? Si no estuvieras aquí yo tampoco
estaría. Y eso es cierto. Si aún no lo ves, mírame profundamente y
estoy seguro de que lo verás.
Le pregunté a la hoja si le asustaba la llegada del otoño y la caída de
las hojas. Y me respondió: «No, he estado completamente viva
durante toda la primavera y el verano. He trabajado duro para
alimentar al árbol y ahora hay mucho de mí en él. No estoy limitada
a mi forma actual. También soy el árbol completo y cuando vuelva al
suelo seguiré alimentándolo, así que no me preocupo. Cuando me
separe de la rama y vaya flotando hasta el suelo me agitaré ante el
árbol y le diré: “Pronto volveremos a vernos.”»
Ese día el viento sopló, y al cabo de muy poco rato vi que la hoja se
desprendía de la rama e iba flotando hasta el suelo en una danza
alegre, porque mientras flotaba se veía a sí misma en el árbol. Era
muy feliz. Incliné mi cabeza ante ella y pensé que tenía mucho que
aprender de esa hoja.
Espero que hayan sabido comprender las numerosas perlas de sabiduría que encierra, y que metafóricamente se nos muestran para deleite de nuestros sentidos.
Si pensábamos que como padres éramos los únicos maestros, responsables de la educación y desarrollo de nuestros hijos, estábamos equivocados. Es una relación bidireccional. Ellos también están aquí para nuestro aprendizaje.
Nuestros hijos nos nutren así como lo hace la hoja al árbol, que absorbe el dióxido de carbono y realiza funciones primordiales para la vida como son la fotosíntesis, la respiración y la transpiración. Y al mismo tiempo, como árbol madre, nutrimos las ramas y las hojas con los nutrientes que tomamos a través de nuestras raíces. Son nuestras experiencias y nuestra sabiduría que nos dan el soporte y la fortaleza que transmitimos a nuestras generaciones.
Así que cuando estén viviendo algún episodio desafiante con vuestros hijos, y se pregunten ¿por qué me les está pasando esto? Recuerden que esa situación está allí para hacerles crecer a ustedes también.
Cada cosa que ocurre en sus vidas tiene una razón, tiene una causa que genera un efecto. Aprovechen la bendición de tener un hijo para crecer como personas. Deténganse a observar todas las cosas positivas que tienen que contarles y maravíllense con todo lo que viven con ellos día tras día. Desde la falta de sueño cuando son bebés y están en los primeros años de vida, hasta sus cambios de humor cuando son adolescentes.
Cada experiencia encierra una lección.
De la misma manera, siéntanse agradecidos de las cosas positivas que viven junto a ellos. Piensen cuántas personas desean tener hijos y no pueden tenerlos, independientemente del motivo.
Y recuerden que la conexión con sus hijos no se pierde jamás. Así estén a miles de kilómetros de distancia. Siempre existirá un nexo que los une. Son nuestros hijos y los serán toda la vida. No podemos divorciarnos de ellos, aunque lo neguemos en lo más profundo del corazón.
Llega un día en que la hoja se desprende del árbol, metáfora del momento en que abandonan el nido y parten felices a hacer sus vidas. Mientras las veamos volar pensemos en lo bendecidos que hemos sido el tiempo que han sido parte de nuestras ramas.
Pues como diría Thích Nhất Hạnh: “ni las hojas de los árboles se mueven sin la voluntad de Dios”.