Anoche encontré un pequeño librito de oraciones que me regalaron cuando tenía once años.
Era un librito rosa, escrito por Carola de Goya, una de las escritoras de metafísica cristiana más relevantes de los años 80 en Latinoamérica. Se llamaba La oración poderosa.
Tenía el Padre Nuestro y algún salmo de protección. Pero también decretos y afirmaciones, una oración para el estudiante que va a presentar exámenes, oraciones de sanación, oraciones para cuando te sientes débil, cuando escasean los recursos económicos, para cerrar el aura, para cuando estás confuso, o cuando estás enfermo, cuando necesitas paz mental… Y otras tantas más. Todo en 25 páginas en un pequeño formato de 15×10 cm.
Oro en paño.
Oraciones y decretos muy breves, pero poderosos.
Para mí tenía un valor inmenso. Y aunque pasó años escondido en el cajón de mi mesa de noche, reencontrarlo me recordó algo esencial: la importancia de la fe en la juventud.
Porque si algo veo en esta generación, es lo difícil que es sembrar esa semilla en nuestros hijos e hijas.
Independientemente de la cultura o la religión que practiquemos en nuestro hogar. Incluso si no existe ninguna.
Vivimos en un mundo saturado de pantallas, distracciones y ruido externo. Y claro, podemos insistir en darles métodos, libros, actividades espirituales… que hagan la Primera Comunión.
Pero lo que realmente enciende la chispa de la fe es mucho más simple: vivirla nosotros y dejar que la vean reflejada en nuestro ejemplo.
La fe no es solo rezar o repetir oraciones (aunque eso puede ayudar).
Es también confiar, soltar, dar gracias, creer en que hay un propósito mayor para cada experiencia.
Tal vez nuestros hijos no necesiten aprender de memoria todos los decretos. O que sigan a rajatabla las costumbres de nuestros abuelos y que quizás nosotros hemos heredado y repetido por tradición.
Lo que sí necesitan es que nosotros confiemos, incluso cuando no hay certezas. Creer para ver.
Que nos vean orar, agradecer, reflexionar.
Que comprendan que la fe es una fuerza interior que acompaña y sostiene, y que cada uno puede vivirla a su manera.
Según el Dr. Bruce Lipton, padre de la epigenética moderna, “Los comportamientos, creencias y actitudes que observamos en nuestros padres se graban en nuestro cerebro y controlan nuestra biología el resto de la vida, a menos que aprendamos a volver a programarla”.
En su libro, La biología de la creencia explica que la mente subconsciente se programa principalmente entre el nacimiento y los seis años. En esa etapa, el cerebro del niño absorbe experiencias y aprendizajes de su entorno, sobre todo de los padres, adoptando creencias y conductas como verdades absolutas.
Después, entra en juego la mente consciente, capaz de crear y decidir de manera libre, como si fuese el “control manual”, mientras la subconsciente funciona como “piloto automático”.
Ese piloto automático es el que condiciona nuestra conducta. Y aunque esa programación inicial influye mucho en la vida adulta, puede modificarse.
Eso, es un tema muy extenso y profundo que da para otra newsletter, pero nos asoma el impacto tan poderoso que ejercen nuestra conducta sobre nuestros hij@s. Fuimos programados por los patrones de nuestros padres, de manera inconsciente, y nuestros hijos repetirán también nuestra programación.
De allí la importancia del autoconocimiento. Trabajar nuestras creencias limitantes y descubrir los patrones heredados que nos condicionan, será siempre positivo para nosotros mismos y para nuestro entorno. Incluso si no tenemos hijos.
No se trata de echarle la culpa a nuestros padres de nuestros problemas. Ellos lo hicieron lo mejor que pudieron con las herramientas que tenían.
Hoy, nosotros tenemos más oportunidades. Existen infinidad de libros, metodologías, mentores, experiencias… a las que podemos recurrir para sanar o reconducir nuestra historia familiar.
Por eso, la reflexión que quiero compartir hoy es la que sigue: no dejes que la rutina de la vida y el entorno que rodea a tu hogar, limite el potencial de tu propio bienestar y el de tus hijos.
No dejes de ofrecerles a ellos la oportunidad de comprender, desde temprana edad, que el autoconocimiento es la herramienta más poderosa de crecimiento personal que tendrán para superar adversidades y para descubrir, y expandir, todo su potencial.
Si necesitas un poco de ayuda, no dejes de consultar mis libros.
Y cuéntame, ¿tú también guardas un objeto o recuerdo de tu infancia que aún hoy te conecta con esa fuerza invisible de la fe? ¿Qué te funciona para transmitir fe y confianza en tu hogar?
Te abrazo infinito,
Audrey