Hace pocos días escuché una historia que cambió mi visión sobre el propósito que pensamos que tenemos como padres y madres… La contaba un gran líder espiritual.
Era la historia de un niño, normal como muchos de los nuestros, pero altamente sensible, inteligente, con una intuición aguda y una mirada que parecía venir de otra galaxia. De esos que sabes que desde temprana edad ya tienen una conciencia muy elevada.
Sus padres —personas de una espiritualidad sólida y comprometida— estaban convencidos de estar haciendo lo mejor por él. Lo habían inscrito en una escuela Montessori, lo alejaban de pantallas, lo criaban en conexión con la naturaleza, con valores profundos y coherentes.
Todo lo que muchos de nosotros soñamos dar a nuestros hijos.
Pero cuando alguien le preguntó al niño cómo se sentía en esa escuela, él bajó la mirada y, con una sinceridad que solo tienen los niños, dijo:
“No quiero estar aquí”.
Silencio.
¿Cómo puede ser posible?
Me pregunté.
Si la educación así es maravillosa… ¿Cómo no le puede gustar a un niño crecer en un entorno que fomenta la autonomía, la independencia, la creatividad…?
Aprender a su propio ritmo, de forma natural, explorando materiales y actividades que les interesan… ¿Qué van a saber estos pelaos…? Mi conclusión.
Entonces, atenta y maravillada por la explicación que vino después, no pude evitar dejártela por aquí:
Nos esforzamos por ofrecerles a nuestros hijos lo mejor: educación consciente, crianza con apego, actividades que los mantengan conectados con su esencia…
Queremos que sean seres plenos, espirituales, conscientes.
Pero a veces —y duele decirlo— en esa búsqueda olvidamos una gran verdad:
Cada ser humano viene con una misión. Y esa misión no siempre se parece a la nuestra.
Tal vez tu hijo vino a vivir el caos, el desorden, el ruido del mundo. A experimentar el éxito material. O incluso el error, el desconcierto, la desconexión… porque desde ahí construirá algo único.
Por eso hoy, Día de la Madre, quiero regalarte esta reflexión:
De nada sirve buscar metodologías o herramientas para que tu hijo lleve “una vida espiritual” si esa no es la experiencia que su alma eligió. Y mira que en la newsletter anterior te decía que la espiritualidad es una necesidad del alma humana y que los jóvenes hoy en día se pierden por querer llenar el vacío espiritual con el ruido del mundo.
Y aunque no deja de ser cierto, después de esta historia comprendí que nuestra misión como madres y padres no es modelar, ni moldear.
Nuestra misión es sostener.
Es crear el espacio donde él o ella pueda hacerse preguntas y, con tiempo y amor, encontrar sus propias respuestas.
Educar no es llenar de información.
Es provocar conciencia.
Es permitir que sean quienes vinieron a ser. Y para eso deben conocerse a sí mismos (en eso no me equivoqué). El autoconocimiento es la herramienta más valiosa que podemos enseñar.
Hoy, te felicito de corazón, por estar en este camino.
Y también te honro, por todo lo que sostienes en silencio. Por seguir buscando, incluso cuando no tienes respuestas. Por mirar más allá del molde, y elegir acompañar desde el alma.
No puedo irme sin recordarte que Mayo es un mes de transformación...
Según la numerología tibetana, el número 5 representa cambio, movimiento, evolución interior. Yo lo estoy viviendo sin duda, en todos los ámbitos de mi existencia. ¡Mayo ha venido potente!
Aprovecha esta energía para hacer espacio a nuevas rutinas, y no te resistas a lo que sabes que tiene que cambiar.
No hace falta hacerlo todo perfecto. Solo hace falta hacerlo con conciencia y amor.
Te abrazo infinito.
Audrey