Lo que no te han contado de la serie Adolescencia

Todo el mundo habla de la serie Adolescencia de Netflix. Confieso que me ha removido profundamente.

No por lo gráfico de algunas escenas, ni siquiera por la polémica que ha generado en redes. Sino porque, como madre, como escritora, y como alguien que ha dedicado años a explorar el alma humana, vi algo que muchos están pasando por alto: el vacío.

Un vacío existencial que no se tapa con likes, ni con validaciones externas, ni con discursos progresistas que intentan normalizar lo que en realidad nace de una herida. 

Le echamos la culpa a la tecnología, pero el problema va más allá.

Porque lo que muestra la serie —más allá de una problemática dura y real— es el grito silencioso de una generación que no se conoce a sí misma. Que busca desesperadamente ser vistaser amadaser comprendida… Que busca pertenecer. 

Pero que al no tener herramientas internas, termina enredada en etiquetas, excesos emocionales, desviaciones de conducta o de personalidad, y relaciones que duelen más de lo que sanan.

Y no, la solución no es más control, más normas o más vigilancia.

La solución —aunque no sea rápida— empieza mucho antes.

Empieza cuando a un niño se le enseña a mirarse por dentro. Cuando le damos libros que lo conectan con valores, historias que lo hacen pensar y momentos de silencio que le enseñan a reflexionar.

Empieza cuando un padre o una madre elige ver el alma de su hijo más allá de sus logros académicos o de sus apariencias. Cuando se valida lo sensible, lo diferente, lo profundo.

Cuando nos ocupamos no solo de lo que comen, visten o estudian… sino de lo que sientencreen y buscan en este mundo.

Porque un adolescente que se conoce y se valora a sí mismo, no necesita pertenecer a cualquier costo.

Un adolescente que ha crecido leyendo, creando, sintiendo… no necesita anestesiarse con pantallas ni disfrazar su dolor con máscaras. Su mundo interior es rico… profundo.

La espiritualidad —esa palabra que muchos aún temen pronunciar— es una necesidad humana. Y en los adolescentes, una brújula poderosa.

No hay excusas… La espiritualidad nada tiene que ver con la religión. Es un aspecto del ser humano que se relaciona con creencias y sentimientos profundos; una forma de vida que busca un sentido a la existencia.

No quiero sonar alarmista. Pero si dejamos que las redes sociales y las plataformas de streaming sean los únicos que cuenten historias a nuestros hijos, no podemos quejarnos si se pierden en ellas.

Si nos preocupamos solo por comprarles el último Iphone, que estén a la moda y no ponemos límites, crecerán dando importancia a aquello que les dejará vacíos tarde o temprano, y buscarán modelos de referencia que nada tienen que ver con los valores del hogar.

Por eso escribo. Por eso creo historias profundas que abren puertas. Porque sé que si un niño crece con libros que le hablen al alma, tendrá más oportunidades de ser un adulto que no se conforme con sobrevivir, sino que se atreva a vivir con sentido.

¿Y tú? ¿Estás sembrando alma en tu hogar?

Te abrazo infinito,

Audrey

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